por Daniel Keyes

20 de Mayo

No me hubiera fijado en el nuevo lavaplatos, un muchacho de unos dieciséis años, en el restaurante donde solía cenar todas las noches, de no ser por el incidente de los platos rotos.
Cayeron al suelo, haciéndose añicos y esparciendo trozos de loza blanca por debajo de las mesas. El muchacho quedó allí de pie, aturdido y asustado, con la bandeja vacía en las manos. Los comentarios y las carcajadas de los clientes, los gritos de «¡Vaya! ¡Ahí van los beneficios! »... «¡Mazeltov!»... y, «Bueno, no trabajará aquí mucho tiempo»... los cuales parecen seguir de un modo invariable a la rotura de vasos o de platos en un restaurante) parecían confundirle más y más.
Cuando el dueño se presentó para ver a qué se debía aquel jaleo, el muchacho se cubrió el rostro con el antebrazo como si temiera recibir una bofetada de un momento a otro.
—Está bien, está bien, ya la has hecho —gritó el dueño— ¡No te quedes ahí plantado como un pasmarote! Vete a buscar una escoba y barre todo esto, Una escoba... ¡Una escoba, idiota! Está en la cocina. Barre bien todos los pedazos.
El muchacho vio que no iba a ser castigado. Su asustada expresión desapareció, y cuando regresó con la escoba para barrer el suelo estaba sonriendo. Unos cuantos clientes empezaron a reírse a su costa.
—Aquí, muchacho, detrás tuyo tienes un hermoso pedazo de plato...
—Vamos, hazlo otra vez...
—No es tan tonto como parece. Es más fácil romper los platos que lavarlos...
El muchacho miró a los que hablaban con ojos desprovistos de toda expresión, y finalmente sonrió por la chanza que evidentemente no comprendía.
Al ver aquella vacua sonrisa, aquella insegura mirada de los ojos de un niño deseoso de mostrarse complaciente, me sentí enfermo. Se estaban riendo de él porque era un retrasado mental.
Y yo también me había estado riendo de él.
Repentinamente me puse furioso conmigo mismo y con todos aquellos que se estaban mofando del muchacho. Me levanté de un salto y grité
—¡Cállense! ¡Déjenlo en paz! ¡No es culpa suya si no puede comprender! ¡No puede evitar ser como es! ¡Pero... pero sigue siendo un ser humano!
Se produjo un gran silencio. Me maldije a mi mismo por haber perdido el control y haber hecho una escena. Traté de no mirar al muchacho mientras pagaba mi cuenta sin haber tocado la comida. Me sentía avergonzado por los dos.
Qué extraño resulta que unas personas de buenos sentimientos, sensibles, que no abusarían de un hombre que hubiera nacido sin brazos, o sin piernas, o sin ojos, no consideren ofensivo tomarle el pelo a un hombre que ha nacido corto de inteligencia. Me enfurecía pensar que hacía muy poco tiempo que yo, al igual que el muchacho del restaurante, había representado estúpidamente el papel de payaso.
Y casi lo había olvidado.
Me ocultaba a mí mismo el cuadro del antiguo Charlie Gordon porque ahora, que era inteligente, aquello era algo que debía borrar de mi cerebro. Pero hoy, al mirar a aquel muchacho, he visto por primera vez lo que yo había sido. ¡Yo era exactamente igual que él!
Hace muy poco tiempo, aprendí que la gente se reía de mi. Ahora sé que inconscientemente me unía a la gente riéndome de mí mismo, Y esto es mucho más doloroso.
A menudo he vuelto a leer mis informes de progresos y he visto la ignorancia, la ingenuidad infantil, la mente de escasa inteligencia mirando desde una habitación oscura, a través del ojo de la cerradura, a la cegadora luz del exterior. Veo que incluso en mi estupidez yo sabía que era inferior, y que las otras personas tenían algo que a mí me faltaba... algo que a mí me había sido negado. En mi ceguera mental, yo pensaba que era algo relacionado con la capacidad de leer y escribir, y estaba convencido de que si yo podía adquirir aquellas habilidades automáticamente me sería dada también la inteligencia.
Incluso un hombre de mentalidad atrasada desea ser como los otros hombres.
Un niño puede no saber cómo alimentarse a sí mismo, ni lo que tiene que comer, pero sabe que tiene hambre.
La lección recibida había sido muy provechosa para mí. Viendo el pasado con más claridad, he decidido aplicar mis conocimientos y mis habilidades a la tarea de aumentar los niveles de la inteligencia humana. ¿Quién mejor equipado que yo para esa tarea? ¿Quién ha vivido en los dos mundos? He pertenecido a la familia de los retrasados mentales. Dejadme que emplee el don que me ha sido concedido en hacer algo por ellos.
Mañana, hablaré con el doctor Strauss para ver de qué modo puedo enfocar mi trabajo para que resulte más eficaz. Tal vez pueda ayudarle a él en la solución de los problemas que plantea la extensión de la técnica que me fue aplicada a mí. Tengo varias ideas sobre la materia.
Esta técnica puede producir resultados asombrosos. Si ha podido convertirme a mí en un genio, ¿no podría alcanzarse niveles fantásticos aplicándola a personas normales? ¿Y aplicándola a genios innatos?
Hay muchas puertas para abrir. Y estoy impaciente por empezar a abrirlas.

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